El Barrio de La Estación de Haro (La Rioja) es un museo, un libro de historia, un tratado sobre enología, un entramado de calles hedonistas, un viaje en el tiempo y una proyección al futuro. Es, en fin, una verdadera maravilla que reúne un puñado de bodegas centenarias, abiertas al viajero y orgullosas de su pasado.
Este es un recorrido por algunas de esas bodegas con historia que cada año visitan decenas de miles de amantes del vino o de simples curiosos.
‘Bodegas Bilbaínas’ (1901)
La historia del vino en Haro no se entiende sin la llegada del tren. Las vías y las viejas locomotoras hicieron de imán para un modelo de explotación vinícola que necesitaba del ferrocarril para poder comerciar. Y ‘Bodegas Bilbaínas’ fue una de las tres bodegas que contaron con un muelle propio al que accedían los trenes. Hoy todavía se conserva una parte de aquella estructura de carga de los vagones en una de las fachadas más fotografiadas de La Estación.
La zona más antigua de este complejo bodeguero es la que hoy sirve como centro de recepción de los visitantes. El edificio se construyó en 1859, allí se estableció una casa de vinos francesa que, años después, fue comprada por dos hermanos de Bilbao, los Ugarte. «Estas bodegas se fundaron imitando el modelo del chateau francés, en un momento en el que no era nada habitual aquí. Bilbaínas querían tener sus propios viñedos para elaborar su vino. Y esos viñedos fueron los que dieron nombre a las diferentes marcas; Viña Pomal, por ejemplo, que sacó al mercado la primera añada en 1904″. Mabel Oyono forma parte del equipo de ‘Bodegas Bilbaínas’, ella se encarga de dirigir el departamento de enoturismo y ella será nuestra guía por un complejo señorial por el que es habitual ver a grupos de visitantes copa en mano. «La visita a la bodega es un recorrido por nuestra historia, pero también por algunos de nuestros vinos. En ‘Bilbaínas’ hacemos que quien viene a conocernos los pruebe en los lugares más significativos del complejo».
Y de entre todos esos lugares, uno especialmente impresionante: la red de galerías construida bajo el edificio principal. Un lugar de silencio y humedad, en el que hoy apenas hay barricas, pero que ha terminado por ser casi una pieza de arqueología vinícola. ‘Bodegas Bilbaínas’ cuenta con una de las mayores superficies de este tipo de calados de toda La Rioja.
La historia del vino en esta tierra debe mucho al influjo francés, pero también al gusto refinado que trajeron hasta Haro algunos empresarios bilbaínos. Esa ciudad, Bilbao, era puerto, vía de salida para los vinos españoles y lugar por el que se filtraban los gustos europeos. «Era una ciudad con una cultura del vino superior a la de otras zonas del país. Contribuía su apertura al mar, su cercanía a Francia y su influjo inglés. Por eso, Santiago de Ugarte proyectó su bodega con un claro espíritu aperturista; él sabía que había mercados en los que se apreciaba el vino embotellado y envejecido en barrica. Por aquel entonces, casi nadie embotellaba en la propiedad».
Y la historia de ‘Bodegas Bilbaínas’ habla también del cambio de la sociedad y de su relación con el vino. En las últimas décadas, sostiene Oyono, «los vinos de La Rioja han evolucionado, se han incorporado nuevos consumidores, el paladar se ha ido adaptando y se ha abierto a nuevas influencias. Son nuevos Rioja, con crianzas menos largas, uva de viñedos propios, nuevas formas de tratar la tierra y el viñedo y con la influencia, innegable, del cambio climático».‘BODEGAS BILBAINAS’– Calle La Estación, 3. Haro, La Rioja. Tel. 941 31 01 47.
‘CVNE’ (1879)
En la nave que recibe a los visitantes de ‘CVNE’, al fondo a la izquierda, conviene fijarse en un elemento que puede pasar desapercibido. Un palo largo cae del techo, lleva unida una bombilla y en el extremo, en la parte más alta, una especie de puente de madera que, en contacto con los dos cables que recorren en paralelo la nave, permite pasar la corriente para que se haga la luz. Esta nave, donde hasta hace no tanto tiempo se podían ver barricas, es parte de la historia de la electricidad y del vino. Haro fue una de las primeras localidades a las que llegó la corriente eléctrica y ese utensilio se usaba para iluminar el trasiego de vino.
María Larrea es la jefa del equipo de enólogos de esta bodega centenaria. Ella habla con una pasión desbordante de sus «creaciones», de la historia de ‘CVNE’ (Compañía Vinícola del Norte de España), del futuro o del reto del cambio climático. Y ella nos acompaña en un recorrido que parte desde el patio original de este complejo, «la parte noble de la bodega a la que llamamos la aldea del vino». ‘CVNE’ son las naves de piedra, las grandes puertas, los techos altos, ese olor inolvidable que deja el vino que está naciendo. Visitamos la nave Real de Asúa, el lugar donde se crían los grandes caldos (‘Imperial’, ‘Reserva’ y ‘Gran Reserva’) en unas tinas de tamaño variable. «Para elaborarlos empleamos las uvas de las parcelas más pequeñas, cada una tiene su propia tina y se mantienen separadas, casi hasta el final del proceso». El ‘Imperial’ es uno de los vinos más emblemáticos, por el cuidado que se le dedica, por su personalidad y por su propia historia. «Toda la uva que dedicamos a éste y a los reservas y grandes reservas es propia, y eso nos permite mantener un nivel de calidad alto y controlado en todo momento. Buscamos parcelas con mucha personalidad y conseguimos un vino que, al abrirlo, nos habla de su lugar de origen, de los suelos, del clima continental».
Y estos vinos van madurando en la nave Eiffel, diseñada por la escuela del célebre arquitecto francés, que es uno de los atractivos de la visita. Un espacio diáfano, imponente por las cerchas metálicas del techo que permitieron construir esta nave sin usar columnas, por el silencio que siempre acompaña el envejecimiento del vino en barricas de diferentes tonelerías. Muy cerca de aquí, en la antesala de uno de los lugares más mágicos del complejo, nos topamos con un carruaje pequeño, perfectamente conservado, propiedad de los fundadores, que lo utilizaban para viajar desde Haro a su Bilbao originario…
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